martes, 18 de diciembre de 2012

MARTIN MIGUEL DE GUEMES


Güemes ya tomó partido: don Martín es FederalPor Juan Martín Grillo


“En tiempos en que la Patria
Necesitaba valientes,
El gaucho Martín se puso a pelear
Entreverado con su gente”

Hernán Figueroa Reyes

La figura de don Martín Miguel de Güemes es una de las más fascinantes y heroicas de nuestra Historia. Su mística nos maravilla, al igual que lo hacen sus ideales y la forma en que luchó abnegadamente por ellos, al punto de alcanzar la gloria de Dios con su propio martirio en pos de que se realizaran. Muchas naciones desearían, desde lo más profundo de sus sentimientos soberanos, contar con tan titánico personaje.
¡Que grandeza la de nuestro Martín Güemes! ¡Que pigmeos, en comparación, que se dilucidan los que fueron presa de su sable emancipador y de las tacuaras de sus montoneras! ¡Que grandioso destino nos era reservado como Patria de haber procurado seguir firmemente el ejemplo de este caudillo! ¡Cuantas fueron y son las horas que se han diluido en lágrimas por su ausencia física desde aquél triste 17 de junio de 1821!
Tal es el volumen de este hombre, tanto es su simbolismo, que -aún en la actualidad- el nombre “Martín” es sinónimo de la cultura criolla. Nunca olvidemos que don José Hernández, en un claro homenaje al prócer salteño, eligió ese nombre para bautizar al gaucho protagonista de su obra.
Basta ver un poco la realidad para notar esta y otras afirmaciones. Al día de la fecha, y en muestra de agradecimiento y amor, los gauchos de Salta (y aún de toda la Argentina) se reúnen todos los años la noche del 16 de junio y conmemoran la “Guardia Bajo las Estrellas”. Allí, con la sola presencia del firmamento, pasan las horas en vela, en señal de duelo y realizando un constante homenaje al Gral. Güemes. Esa noche de 1821, y bajo un cebil colorado, don Martín ascendió a los cielos “custodiado” por sus gauchos. Eso mismo es lo que se recuerda con esta “Guardia”. El cebil colorado todavía se conserva... así como el patriotismo del pueblo salteño, su sentido de la tradición y su amor a la Patria.
¡Aún más! El poncho salteño, pieza característica de la indumentaria norteña, recuerda a Martín Güemes. Siendo vital para la guerra de emancipación que los hombres no sintieran miedo al combatir, Güemes ordenó a las chinitas que tejieran para sus guerreros prendas de color rojo punzó -color propio de la sangre humana- para que si en medio de la refriega éstos sufrían heridas, éstas quedaran desaparecidas (o al menos camufladas) bajo el tinte de dichos ropajes. Luego del paso a la inmortalidad de don Martín, en ese poncho se vio introducida una gran franja de color negro, en señal permanente de luto por la irreparable pérdida sufrida por Salta y por nuestro país todo.
Debo confesar, además, que incluso a mi me ha afectado personalmente la imponente figura de este “General Gaucho”. Desde que conozco su obra, desde que investigo su vida y sus hazañas, no he podido dejar de agradecer a los cielos y mis propios padres el haberme bautizado con el nombre “Martín”.
Empero todas estas proezas, la figura de Güemes –como muchas otras figuras de la Historia Argentina- ha sido casi olvidada por la historiografía liberal.
¿Por que? Pues bien, solo Dios sabe que ha motivado a que los “Historiadores Oficiales” oculten las verdades sobre tan genial héroe. Pero, y aunque quizá sea un paso atrevido, creo conocer la respuesta a esa pregunta: Güemes, como todos los verdaderos patriotas, era Federal, o al menos simpatizaba con el federalismo que proponían José Gervasio de Artigas, Estanislao López, o Juan Bautista Bustos, entre otros. Aquí es donde, infiero, está el meollo de la cuestión. Todo Federal –o mero simpatizante del federalismo- ha sido condenado por las tintas liberales y mentirosas de la desintegración y la antipatria. Un hombre como Güemes, un “cacique” según Rivadavia y los suyos, no podía ser otra cosa que un bárbaro, un opresor, un mujeriego, un ser demoníaco y despreciable. El razonamiento de estos cipayos era simple: Güemes era un caudillo, un caudillo Federal, y por lógica debía desaparecer de la memoria del pueblo. Para suerte de nuestra empresa de reivindicación, estos traidores olvidaron que la memoria de los pueblos es eterna… tan eterna como esa misma reivindicación que el revisionismo histórico profesa…
Sin embargo, y debo reconocerlo, coincido en un pequeño pero trascendental punto con dichos traidores: Güemes era federal... y más aún: SIEMPRE LO SERÁ!
Eso es lo que aquí pretendo demostrar: la adscripción del Gral. Martín Miguel de Güemes a las ideas de federalismo, pese a que el mismo prócer jamás se manifestó expresamente en este sentido.

¿Quién fue Martín Miguel de Güemes?

Martín Miguel de Güemes nació el 5 de febrero de 1785 en la ciudad de Salta, siendo sus padres don Gabriel de Güemes Montero y doña Magdalena Goyechea y de la Corte, el primero oriundo de Abienzo, Asturias; y la segunda nacida en la ciudad norteña antes nombrada.
Martín Miguel vivió sus primeros años en un ambiente rural, ya que su padre, además de ser Tesorero de las Cajas Reales de Jujuy, dedicó su vida a la cría y venta de mulas, elemento vital para el comercio alto-peruano, del cual provenía la principal fuente de ingresos y crecimiento de la así llamada Intendencia de Salta del Tucumán, circunscripción que ostentaba la responsabilidad de ser la más grande del Virreinato del Río de la Plata. Esta experiencia en el campo ha de dotar al futuro caudillo de un conocimiento casi absoluto respecto de las tierras del norte y de sus paisanos, los gauchos.
En febrero de 1799, contando con solo 14 años, el joven Martín Güemes se enlistó en la 6ª Compañía del Tercer Batallón del Regimiento Fijo –estacionado temporalmente en Salta- dando inicio así a su carrera militar.
En el mes de junio de 1806, mientras Güemes servía como cadete en su provincia, se produce la primera invasión inglesa. Como consecuencia, el Regimiento fue llamado a defender Buenos Aires de la agresión británica.
Además de luchar con excelsa gallardía, don Martín consigue una proeza sin igual el día 12 de agosto, Día de la Reconquista de la ciudad porteña: con un batallón de caballería logró cargar contra un barco inglés encallado en la Bahía de Quilmes, llamado “Justine”, y lo tomó por asalto, provocando la rendición de los tripulantes. Esta acción, así como su desempeño al año siguiente en tácticas de observación en las afueras de Montevideo, le granjearán un importante reconocimiento de sus superiores, materializándose al poco tiempo en un ascenso al rango de Subteniente de Caballería.
Durante su estadía en Buenos Aires, que se extendió hasta el año 1809, Güemes se contactó con hombres que empezaban a abogar por las ideas revolucionarias que pronto estarían en boga por todo el continente. Estos hombres, entre ellos Feliciano Chiclana, con quien nuestro biografiado traba una importante relación, encarnaran el movimiento que desemboca en la Revolución de Mayo de 1810.
Con la ayuda de Moldes, Güemes opera de intermediario entre Buenos Aires y Salta, logrando que en 1810 la Intendencia norteña sea uno de los primeros territorios que adhieren a la causa de Mayo. En Julio de ese año, el Cabildo de Salta envía a don Calixto Gauna como diputado a la Junta Gubernativa que preside Cornelio Saavedra, quien a su vez designa al mismo Chiclana como enviado en aquella provincia.
Por esos días, Güemes es designado por el Cnel. Juan Martín de Pueyrredon como Jefe de la Partida de Observación situada en la Quebrada de Humahuaca, desde donde nuestro héroe comienza a hostigar a las avanzadillas del Ejército Realista que opera desde el Alto Perú. Esta partida, que no era más que un grupo de gauchos mal armados pero hinchados de patriotismo, va ganando adeptos rápidamente, en gran medida por la fama que en ese entonces ya gozaba su joven Comandante a lo largo de toda la frontera norte.
La táctica de Güemes y los suyos era simple pero efectiva. Consistía en realizar ataques fulminantes de caballería, a modo de guerrilla, cayendo sobre las tropas de línea de los “godos” y dispersándolos, ocasionando a los invasores terribles pérdidas en bagajes y pertrechos. Finalizado el ataque, los milicianos volvían a los cerros desde donde habían salido, para reaparecer con posterioridad en otro punto de conflicto y repetir nuevamente la misma maniobra.
Luego de la primera derrota de las armas criollas en la Batalla de Cotagaita (27 de octubre de 1810), Güemes encabeza el Regimiento “Los Decididos de Salta” en la acción de Suipacha, el 7 de noviembre, donde gracias a los ataques de sus gauchos los patriotas consiguen la primera victoria en la guerra de independencia.
En 1812 el Gral. Manuel Belgrano, ahora Jefe del Ejército Auxiliar del Alto Perú, envía a Martín Güemes primero a Santiago del Estero, y luego a Buenos Aires en calidad de agregado al Estado Mayor del Ejército “a la espera de órdenes”. Esto aparta al caudillo salteño de su tierra, y le impide estar presente en los triunfos que seguirán.
A las victorias patriotas de Tucumán y Salta se suceden las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Entonces, Belgrano comprende que la presencia de Güemes en Salta es indispensable para la causa y manda a llamar por él.
En 1814 el caudillo llega a Tucumán junto con San Martín, quien le encomienda el mando de la avanzada del Río Pasaje, ordenándole se ponga al frente de las milicias salteñas campesinas –que al poco tiempo conformarán el denominado Regimiento “Los Infernales”- y hostiga a más no poder a los “enemigos de la libertad”. Allí comienza la “guerra gaucha”. Tras su primer triunfo es ascendido a teniente coronel de ejército a pedido del propio Libertador.
El 14 de abril de 1815, el Cnel. Martín Güemes logra la proeza de derrotar con sus milicias a una avanzada del ejército realista –entonces comandado por Pezuela- en la Quebrada de Humahuaca, en el denominado “Puesto del Marqués”.
El 6 de mayo de 1815, el Cabildo de Salta designa al Cnel. Martín Miguel de Güemes “Gobernador” de la provincia, que desde el 1814 solo conforman las ciudades de Salta, Jujuy, Tarija, Orán y sus respectivos distritos de campaña. Jujuy lo reconoce en el cargo en septiembre de dicho año.
El 10 de julio de ese mismo 1815, Martín Miguel contrae nupcias con doña Carmen Puch, una joven salteña de 18 años, apodada por todos como “la más linda de Salta”. Ella será la única compañera de su vida, y hará padre al héroe en tres ocasiones: con Martín, Luis e Ignacio.
Luego de las antedichas derrotas sufridas por el Ejército del Norte en Vilcapugio y Ayohuma, el gobierno de Buenos Aires decide reemplazar a Belgrano, primero por San Martín –que rechaza el puesto- y luego por José Rondeu. Éste, unos meses después de tomar posesión de la jefatura, sufre una desastrosa derrota el 29 de noviembre de ese año de 1815 en Sipe Sipe. Este desafortunado revés traerá infinitos pesares a la provincia de Salta y a los demás territorios del norte.
Luego de ser derrotado, Rondeau le exige a Güemes, en un tono desafiante, que se ponga a sus órdenes, entregue el parque de armas y cualquier tipo de provisión para el errante “Ejército” del Norte, y que permita el paso del mismo a Tucumán, en cumplimiento de la orden del Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredon.
Don Martín rechaza de pleno estas y otras pretensiones de Rondeau, quien responde a la negativa de Güemes con acusaciones serias de “traición” que complican la situación al punto de temerse una verdadera guerra civil en el bando patriota. Pero Rondeau, al mando de un ejército de línea altamente mermado, se ve incapacitado de realizar cualquier maniobra contra las aguerridas huestes de Guëmes, hecho que lo obliga a suscribir un pacto, en Los Cerrillos, el 22 de marzo de 1816, con el gobernador salteño. Allí, Rondeau jura retirar sus tropas de Salta y se rectifica de todos sus dichos y acciones pasadas contra Güemes.
Para el 15 de junio de 1816, a menos de un mes de la independencia Nacional, la situación desesperada del Ejército del Norte obliga a Pueyrredon a ordenar el retiro de éste cuerpo a Tucumán para su reorganización, encomendando a Güemes y sus milicias la defensa de las provincias del norte y la seguridad del propio Ejército del Alto Perú.
Si bien en agosto de 1816, Manual Belgrano es designado nuevamente como Jefe del Ejército Auxiliar radicado en Tucumán, quedando Güemes con sus milicias como jefe de la vanguardia, el ejército de Belgrano nunca sale de Tucumán sino hasta febrero de 1819. En esta oportunidad, y como parte de tantas agresiones proferidas desde Buenos Aires a las provincias, el Directorio dispone que el Ejército marche hacia el sur para reprimir a los caudillos federales del litoral.
En 1817 Güemes vence al mariscal José de la Serna, quien invade Jujuy con 5.500 hombres, afirmando que llegaría a Buenos Aires al cabo de 8 meses. Como reconocimiento de su victoria, don Martín es ascendido por Pueyrredón al rango de Coronel Mayor.
A fines de este mismo año, Güemes rechaza al jefe de la vanguardia española, general Pedro Antonio Olañeta. En 1819 contiene en Jujuy al general José Canterac; y en junio de 1820 vence a los 6.500 hombres que comanda el general Juan Ramírez Orozco, alias “Barbarucho”. Con esta última invasión finalizan las intenciones de los españoles de llegar a Buenos Aires para recrear el Virreinato del Río de la Plata.
Como su provincia no recibía dinero ni auxilios suficientes para los gastos de la guerra, Güemes impuso a los salto-jujeños contribuciones obligatorias, motivando el disgusto de los pudientes. También prohibió el comercio con el Alto Perú, dado que éste beneficiaba a las fuerzas invasoras, ganándose de esta forma la enemistad de comerciantes y hacendados.
El 8 de junio de 1820 San Martín lo designa General en Jefe del Ejército de Observación, encomendándole la misión de auxiliarlo en la liberación del Perú.
Don Martín encara ésta designación con absoluta entrega a la causa emancipadora. Hasta el 27 de enero de 1821 –día en que delega el mando de gobernador- se dedica a organizar la Expedición al Alto Perú y auxiliar definitivamente a San Martín. Sin embargo, si bien las provincias argentinas lo reconocen como jefe del Ejército de Observación, no le envían la ayuda que él les solicita en dinero, ganado y pertrechos.
Durante el período que va desde febrero hasta junio de 1821, Güemes se encuentra rodeado de enemigos. Primero, el gobernador de Tucumán, Bernarbé Araoz, impide que Santiago del Estero –ya gobernada por don Juan Felipe Ibarra- le preste ayuda para su campaña. Más aún, el tucumano se niega a remitirle las armas y municiones que dejó en depósito el Ejército Auxiliar –ya sublevado en Arequito desde el año anterior-.
Empujado igualmente por Bernarvé Araoz, el Cabildo de Salta depone a Güemes acusándolo de tirano, posición compartida por el Cabildo de Jujuy. Mientras tanto, el general español Olañeta aprovecha la situación para apoyar a los enemigos internos del prócer.
El 31 de mayo de 1821 nuestro caudillo recupera el poder de una manera algo extraña. Enterado del “golpe” que se gestaba, don Martín apresura su caballo rumbo a la propia ciudad de Salta, foco de la insurrección. Allí, y quizá recordando la vuelta al poder de Napoleón a su regreso de la Isla de Elba en 1815; Güemes entró solo a la ciudad y preguntó a la tropa que le salió al paso “¿Quién se atreve a dispararle al gobernador?”. Luego de un breve silencio, recibió los júbilos y vivas de todo el público, recuperando de esa forma el gobierno de su provincia.
Pero aunque pudo recuperar su gloria y cargo, el general Güemes tenía los días contados.
El 7 de junio de ese año, una división española de Olañeta, guiada por opositores internos, pone sitio a Salta. Estando en casa de su hermana Magdalena (popularmente conocida como Macacha) Güemes escucha disparos y sale a imponer el orden.
Al llegar a la bocacalle, una partida española lo rodea, resultando mortalmente herido en una nalga cuando consigue superar el cerco.
Güemes muere en la Cañada de la Horqueta, rodeado de sus gauchos, el 17 de junio de 1821, previa orden dada al coronel Jorge Enrique Vidt de que ponga sitio a la ciudad de Salta hasta la expulsión definitiva de los españoles. Vidt, habiendo jurado por el sable del mártir que cumpliría con lo encomendado, pone sitio a la ciudad, y al cabo de tres meses los españoles se retiran, para no volver jamás a ollar el suelo patrio.
Sus Restos descansan hoy día en el “Panteón de los Glorias del Norte de la República”, situado en la Catedral Basílica de Salta.

El Federalismo de Güemes

Hasta aquí mucho hemos dicho sobre el prócer y su leyenda. Pero... acaso era Güemes un “federal”?
Para darle mediana respuesta a esta pregunta debemos primero definir el término “federal”, partiendo de una raíz etimológica apropiada.
La Real Academia Española nos dice que la palabra “federal” tiene su origen en la voz latina “foedus”, que significa “Pacto” o “Alianza”. Entonces, se dice “federativo” al sistema de varios Estados que, rigiéndose cada uno por leyes propias, están sujetos en ciertos casos y circunstancias a las decisiones de un Gobierno central. Si hubiéramos de guiarnos únicamente por lo antedicho no cabría duda posible en la afirmación que hemos profesado.
Sin embargo, y a modo de incógnita, surgen varios actos realizados por el héroe que nos llevan, indefectiblemente, a pensar si es correcta la afirmación del federalismo güemesiano.
Primeramente, y lo hemos dicho al inicio de este texto, Güemes JAMAS se pronunció expresamente por el “Federalismo” o el “sistema de federación”. ¿Cómo sabemos esto? Pues bien, ocurre que Martín Güemes es uno de los próceres mejor documentados de la Historia Argentina. Recordemos que fue su propio sobrino nieto, el Dr. Luís Güemes, quién recopiló todo el epistolario del caudillo en su obra “GÜEMES DOCUMENTADO”.
Segundo, y hurgando más en la vida del Gral. Güemes, encontramos algunas actitudes contradictorias del prócer. En 1819, y siempre argumentando la necesidad de preservar la “Unidad Nacional”, nuestro biografiado hizo jurar la Constitución Unitaria de ese año a la provincia de Salta, siendo aquella uno de los pocos territorios en jurarla. Esta actitud, más cercana al centralismo que al autonomismo, nos deja pensando a muchos. Paralelamente, y suponemos que por el mismo motivo, Güemes siempre se manifestó contrario al accionar de los caudillos federales del Litoral, como Artigas, Ramírez y López, por considerar sus actos como “anarquizantes”.
Tercero, y no menos importante, es el hecho de que Güemes no sostuvo, desde el punto de vista doctrinario, la organización “federal” país. Es más, llegó a compartir con Belgrano la idea de implantar una monarquía incaica de carácter hereditario en el Río de la Plata.
Estos hechos cambian un poco las cosas. Al parecer nuestro panorama se tiñe, por momentos, de color “celeste escocés”. Pero no. A las tesis –hegelianamente hablando- se suscitan las antítesis. De ambas solo puede extraerse una síntesis, la cual es lo más cercano posible a la verdad. Precisamente, esa síntesis es el objeto de ésta investigación.
Para afirmar el federalismo de Güemes debemos calar hondo, en profundidad, sobre el mismo ser filosófico del “federalismo”.
Decía el Dr. Silvestre Pérez que “se comprende que la España pura, se continuase en sus fundamentos y modificada por el medio ambiente, en los hombres de América, en el tipo autóctono, formado por el medio y por la herencia, en casi todos ellos, porque los de origen de otras naciones eran pocos, dado que la inmigración era muy pequeña obstaculizada por la misma Madre Patria; se comprende, repito, que la subconciencia de los pueblos americanos fuera en mucho parecida a la española, y que su manera de considerar la vida estuviera muy influenciada por ésta, y que tomó el nombre de Federalismo.”[1] Así las cosas, es dable entender al federalismo como una continuación de la tradición hispánica. Esta afirmación es muy seria, y aunque no parece abrir un nuevo juicio, decir que el federalismo es, en última instancia, un nexo “natural” con la Madre Patria acerca de una manera intensa a Güemes con la postura federal.
Recordemos, por un instante, que Salta es considerada como una de las provincias que más conservan la tradición criolla. Basta remitirnos al inicio de este mismo texto para recordar que aún después de casi dos siglos, los gauchos de Salta rememoran la “Guardia Bajo las Estrellas”. Además, toda indumentaria gauchesca –como el poncho- tiene una relación íntima con los salteños. Quiero asumir, sin temor a equivocarme, que así ha sido siempre. Güemes, como mártir que es de la causa emancipadora, nunca negó este rasgo tradicional en sus paisanos. Todo lo contrario, lo aumentó. Prueba de ello es el nivel de entrega a la causa que demostraron los norteños en los albores de la Patria.
En este orden de cosas, continúa el Dr. Pérez: “Federalismo digo, no debe ser tomado sólo como un sistema político o social, sino algo más amplio: un concepto de la vida [...] Era España una monarquía federativa, y cada región o reino... tenía sus características propias y sus fueros.”[2] A esto que aquí llamamos “federalismo” se lo conocía en Europa como “regionalismo”.
Quizá la mejor prueba de esa herencia es que, apenas se produce el movimiento por la independencia, la mayoría de los territorios hispanoamericanos mantuvieron los límites geográficos de los antiguos Virreinatos, respetando las divisiones previamente establecidas. Paralelamente, las actuales “provincias” de cada uno de estos Estados tienen sus capitales en donde otrora funcionaron los Cabildos. No es casualidad.
Es sabido, por otra parte, que la mayoría de los dirigentes unitarios provenían de sectores ligados a la “teoría” y al “deber ser” de las cosas. Atiborrados de datos, nunca alcanzaron a ver la realidad, probablemente porque la “levita” que llevaban les cortaba la circulación de oxígeno al cerebro, así como les impedía palparse el corazón para sentir a las necesidades y los clamores de los pueblos. Güemes era diferente a esto. Él no solo conocía a la perfección a su tierra y a su gente, sino que además los sentía. Sabía perfectamente de qué eran capaces sus gauchos, y con ese espíritu acompaño el proyecto sanmartiniano de emancipación sudamericana.
Probablemente, y arribando a otra cuestión, la característica más “federal” de Güemes sea el “autonomismo de hecho” con que se desenvolvió durante su período al frente de la gobernación de Salta. No olvidemos que, haciendo uso de facultades nunca ejercidas por ningún territorio, el Cabildo de su provincia lo nombró en dicho cargo, mostrando una verdadera autonomía respecto del gobierno central de Buenos Aires, que por esos días designaba a todos los funcionarios ejecutivos del país.
Profundizando este punto, debemos recalcar el conflicto de nuestro héroe con José Rondeau. En referencia a esto, Ramón Torres Molina señala: “Las diferencias de Güemes con Rondeau lo llevaron a separarse del Ejército del Norte después del combate del Puesto del Marqués, reivindicando así su autonomía política. Ponía fin, de esta forma, a la subordinación que había mantenido hacia el gobierno central desde 1810...” [3]
Con ésta separación, el caudillo salteño pudo desenvolverse con total libertad en la guerra de emancipación siguiendo sus tácticas guerrilleras, más flexibles que las rígidas disciplinas militares del viejo continente.
Continúa Torres Molina en este sentido: “La autonomía de Güemes permitió defender a Salta de las invasiones realistas, estableciéndose un federalismo de hecho que surgía, como el federalismo de Artigas, como una acción defensiva para mantener inalterables los objetivos de las guerras de la independencia.”[4]
Hasta aquí hablamos entre supuestos y conjeturas. Pero me gustaría aportar documentos que, si bien no nos muestran a Güemes como un “federal” explícitamente, lo acercan de manera contundente a ello.
En carta fechada el 3 de febrero de 1820, el Gral. Juan Bautista Bustos –ya por entonces gobernador de Córdoba- se manifiesta vía oficio a Güemes en los siguientes términos: “...No encuentro otro medio que el que indico a Ud. de oficio, sólo de ese modo erigido un gobierno, se podrá nombrar también por él, general que haya de mandar en jefe todas las fuerzas de las provincias Federadas; el Congreso determinará el modo y recursos para mantenerlas... Mucho tiempo ha que puede Ud. haber conocido que lo aprecio, que sus ideas y opinión no distan de las mías y que seguramente conté con Ud. cuando di el paso que ha sellado la libertad a las provincias de ese yugo ignominioso a que las tenían sujetas las facciones de Buenos Aires... Ya no tenemos más enemigos que los godos... Fdo Juan Bautista Bustos.”[5]
Pocas son las dudas que nos deja en su misiva el caudillo cordobés. Si bien no ha llegado a nuestros días ni el oficio original ni la contestación de esta carta, podemos atrevernos a suponer que Martín Güemes hizo declaraciones positivas respecto del sistema de Federación. Más aún, Bustos le recuerda que “sus ideas y opinión no distan de las mías”. Hoy día es sabido que, si bien el cordobés combatió a López y a Ramírez en 1817 y 1818, luego del “Pronunciamiento de Arequito” del 8 y 9 de enero de 1820 abrazó las ideas federales, las cuales llevó a cabo en su gobernación de Córdoba y sostuvo por el resto de su vida. Si las ideas de Bustos “no distan” de las de Güemes, podemos al fin afirmar que el caudillo salteño era federal.
Pero por si esto fuera poco, una última carta podría aclararnos más el panorama.
En el Archivo del Brig. Gral. Juan Facundo Quiroga surge una pieza, fechada en Salta el 6 de enero de 1833. La escribió nada menos que Magdalena Güemes de Tejada y está dirigida al mismo Gral. Quiroga. En ella, Macacha presupone el federalismo de su célebre hermano e invoca su condición de federal.
Por muchas fuentes sabemos que Macacha no fue solo la hermana del prócer, sino su mejor amiga y confidente. Su solo testimonio debería bastar para afirmar, al fin y al cabo, que Martín Miguel de Güemes fue federal, al menos los últimos años de su vida.
Pero Güemes, en palabras de Torres Molina, “más que federal era patriota y para llevar adelante los objetivos de la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia debió romper con el poder central, asumiendo así un federalismo de hecho, por encima de toda posición doctrinaria con respecto a la forma de gobierno o de organización del estado.”[6]
Pese a las contradicciones, Güemes reconocía el “clamor de los pueblos” en el sentido federativo. Torres Molina cierra con estas palabras, las cuales clarifican terminantemente: “Si en Artigas el hecho federal coincidía con la teoría federal, en Güemes esa coincidencia no se dio y junto a su política federal, que rompía con el estado centralizado, propugnaba un gobierno monárquico o un gobierno de unidad nacional.”[7]

Conclusiones

Hoy en día, existe una tendencia muy propagada de considerar a la gran mayoría de los caudillos como “federales”, sin ahondar demasiado en sus ideas o sus vidas.
Quizá el caso más emblemático nos viene de la mano del Dr. Pacho O’Donell, quien en su obra “Caudillos Federales” no solo destaca un extenso capítulo a don Martín Güemes, sino que inicia el mismo con éstas palabras: “Güemes fue un caudillo federal carismático, precoz por su rebeldía contra la prepotencia porteña y su espontáneo espíritu federal, por su defensa de los derechos de las provincias, en especial de la suya, Salta.”[8]
No hay mejor federalismo que el que se practica, como no hay mejor cosa que la que efectivamente se hace. La patriótica desobediencia de Güemes a las pretensiones centrales de Buenos Aires no solo no resultó en una “anarquía” –como inferían los porteños- sino que sirvió para alejar definitivamente la amenaza española de esta parte del continente.
Para finalizar, diré que aunque en nuestras mentes apasionadas por la historia a los investigadores nos gusta hurgar en lugares no descubiertos, quizá a don Martín esto poco le importó. Su martirio por la emancipación americana y por la defensa de Salta no deja duda alguna de ello.
Y si no, recordemos aquella célebre frase del héroe: “Trabajemos con tesón y empeño, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas.”

miércoles, 12 de diciembre de 2012

BIOGRAFIA DE ANTONINO TABOADA


Antonino Taboada

Antonino Taboada (Matará, Santiago del Estero, 1814), militar y político argentino, líder del partido unitario en su provincia, aliado del presidente Bartolomé Mitre, de activa participación en las guerras civiles de su país.
Su verdadero nombre era Ramón Antonio y era hijo de Leandro Taboada y de la hermana de Juan Felipe Ibarra, que fundó la provincia de Santiago del Estero y la gobernó hasta su muerte durante 30 años.
Hacia 1830 fue enviado a Buenos Aires, donde se dedicó al comercio. Se exilió a Montevideo durante la peor época de la dictadura de Juan Manuel de Rosas y en 1840 se unió al ejército de Juan Lavalle en su campaña por Entre Ríos y Buenos Aires. Participó en la batalla de Quebracho Herrado, en la que fue tomado prisionero, pero varios meses más tarde huyó a Montevideo.
Tras años de deambular, se estableció en Matará como estanciero. A la muerte de Ibarra, en 1851, su socio Mauro Carranza asumió como gobernador y llamó a elecciones. Pero fue vencido por Manuel Taboada (hermano menor de Antonino), que tuvo que organizar una revolución con apoyo de su hermano para ocupar el gobierno.
Antonino organizó rápidamente el ejército provincial, con el cual venció a los partidarios de Carranza en varias pequeñas batallas (Tronco Rabón, Gramilla, etc.). Fue gobernador de su hermano cuando éste viajó a firmar el Acuerdo de San Nicolás, y ayudó a los unitarios de Tucumán a derrocar al gobernador Celedonio Gutiérrez. Fue derrotado por éste en Arroyo del Rey, en febrero de 1853, pero siguió su ofensiva contra el tucumano por medio de partidas montoneras y robando el ganado de esa provincia. Mientras tanto, ayudó a los federales salteños a impedir que el ex gobernador Manuel Saravia recuperara el poder.
En octubre de 1853, Gutiérrez venció a las avanzadas de Taboada en Río Hondo y ocupó Santiago del Estero. Pero al llegar supo que los Taboada habían ocupado la ciudad de San Miguel de Tucumán, ayudados por el cura y caudillo rural José María del Campo. Anselmo Rojo y Manuel Taboada vencieron a Gutiérrez en Tacanitas, pero recién en diciembre de ese año don Antonino y Del Campo derrotaron definitivamente a Gutiérrez. El ex cura asumió el gobierno tucumano.
A partir de esa momento, los Taboada lideraron un frente unitario en el norte, con alianzas poderosas en Salta y Tucumán. Antonino fue el comandante de armas de la provincia, con el grado de general. Siguió ocupando ese puesto con el sucesor de su hermano, Borges, y apoyó la política del gobierno unitario porteño.
Fue compañero de fórmula de Mariano Fragueiro en las elecciones de 1860, en queso lista opositora fue derrotada por Santiago Derqui.
Para suceder a Borges fue electo Antonino Taboada, pero renunció a asumir el mando, dejando el mando a Pedro Alcorta, un leal taboadista. Éste se negó a nombrar ministro a Manuel Taboada, reemplazó a don Antonino de la comandancia de armas y ganó las elecciones legislativas con candidatos propios. Ante tal traición, los Taboada organizaron unas montoneras que derrotaron a los leales al gobernador en la batalla de Maco. Alcorta se refugió en Tucumán y pidió ayuda al gobernador catamarqueño Octaviano Navarro, que invadió Tucumán con ayuda de Celedonio Gutiérrez. Tras vencer a Del Campo en la batalla de Manantial, invadió Santiago, ocupando la capital.
Pero entonces llegó la noticia del triunfo porteño en la batalla de Pavón, y Navarro retrocedió rápidamente hacia Catamarca. Taboada ocupó Santiago y se lanzó hacia Tucumán, donde venció a Gutiérrez en Ceibal y puso en el gobierno a Del Campo. En defensa de Navarro y Gutiérrez apareció el general riojano Ángel Vicente Peñaloza, que ofreció mediar entre las partes en lucha. Taboada aceptó la mediación, mientras escribía a Mitre que lo hacía para ganar tiempo. Obligó al gobernador salteño José María Todd a renunciar y atacó a Peñaloza, derrotándolo en Río Colorado.
Enseguida envió a Rojo a Catamarca, donde depuso al gobernador federal y colocó en su lugar al único liberal que encontró. La fórmula Mitre – Antonino Taboada fue derrotada en las elecciones por la fórmula Mitre – Marcos Paz, rompiendo la unidad casi legendaria entre los Taboada y Del Campo.
Don Antonino se dedicó por casi un año a reorganizar la defensa contra los indios del Chaco, muy debilitada. Cuando el Chacho se lanzó a su segunda rebelión, en 1863, fue nombrado comandante de las fuerzas del norte. Se trasladó a La Rioja en mayo, y venció al gobernador “Berna” Carrizo en Mal Paso, pero fue desautorizado por Del Campo y se retiró furioso a Santiago, arreando todas las vacas que encontró a su paso. Años después, Taboada sería el terror de los riojanos, no por las armas de sus soldados, sino por los saqueos del ‘63.
Dos años más tarde fue encargado de llevar a la guerra del Paraguay a los contingentes de las provincias del norte. Envió a los gauchos pobres y los opositores, por lo que éstos se sublevaron y escaparon en todas direcciones. Taboada reaccionó con furia increíble: persiguió a los desertores por toda la provincia, fusilando a decenas de soldados, azotando y torturando a muchos más.
A fines de 1866, estalló en Cuyo la Revolución de los Colorados, a la que se unió el coronel Felipe Varela, que ocupó la ciudad de La Rioja. Taboada marchó rápidamente hacia allí, y ocupó la ciudad con 2.000, mientras Varela marchaba desde Famatina hacia Catamarca al frente de un gran ejército de 5.000.
Varela decidió regresar a La Rioja, pero no se aseguró el agua del camino, por lo que llegó a destino con su gente medio muerta de sed. Taboada lo esperaba con sus hombres reunidos en el único pozo de agua, alrededor del cual se dio la épica batalla de Pozo de Vargas, sangrienta victoria del ejército nacional sobre la última gran montonera del interior.
Taboada hizo elegir gobernador de La Rioja a un Dávila, miembro de la única familia verdaderamente unitaria de la provincia. Por segunda vez salió de La Rioja arreando todas las vacas que encontró, mientras sus soldados se llevaban toda la ropa, el dinero y las alhajas que encontraron en las casas riojanas.
En su ausencia había sido nombrado gobernador de Santiago, pero tampoco esta vez quiso asumir el gobierno. Aceptó en cambio el nombramiento de interventor federal en Catamarca. Fue candidato a vicepresidente de la lista oficialista, liderada por Rufino de Elizalde, pero renunció, con lo cual se salvó de ser derrotado por tercera vez en una candidatura a vicepresidente. En su lugar fue derrotado Wenceslao Paunero.
La llegada de Domingo Faustino Sarmiento al gobierno nacional dejó a los Taboada en la oposición, y tuvieron serios problemas con el presidente. En 1871 derrocó a un tal Montes, que tras haber sido nombrado gobernador por Manuel Taboada, había pretendido gobernar por sí mismo. Derrotó en la batalla de Carro de Medina al coronel Urquiza, en julio.
En septiembre de 1871 murió Manuel Taboada, quedando el general al frente de su partido, acompañando al gobernador Absalón Ibarra, (primo de Taboada, y que se había criado en su casa). Éste logró que los electores santiagueños votaran contra Nicolás Avellaneda en 1874. Taboada se comprometió a apoyar la revolución mitrista de ese año, pero cuando José Miguel Arredondo ocupó Córdoba, se negó a ayudarlo. Por eso, Arredondo retrocedió Mendoza, donde fue derrotado en Santa Rosa.
Forzado por las amenazas del presidente, en diciembre renunció el gobernador Ibarra, forzado. A fines de marzo de 1875, el presidente apoyó militarmente una revolución de los líderes opositores, que culminó en una matanza de oficialistas y el saqueo de los bienes de los Taboada. Antonino tuvo que huir por el monte hacia Salta, donde vivió varios años, y más tarde se radicó en Tucumán.

Bibliografía

  • Alén Lascano, Luis C., Historia de Santiago del Estero, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1991.
  • Newton, Jorge, Manuel Taboada, caudillo unitario. Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1972.
  • Páez de la Torre, Carlos (h), Historia de Tucumán, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1987.
  • Rosa, José María, La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas, Ed. Hyspamérica, 1986.
  • Chianelli, Trinidad Delia, El gobierno del puerto. Memorial de la Patria, tomo XII, Ed. La Bastilla, Bs. As., 1984.
  • Zinny, José Antonio, Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas, Ed, Hyspamérica, 1987.
  • Alén Lascano, Luis C., Los Taboada, Revista Todo es Historia, nro. 47. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

MINISTERIO DE LA PRODUCCION APOYANDO EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE SANTIAGO DEL ESTERO
DIRECCION GENERAL DE INDUSTRIA Y COMERCIO
DE SANTIAGO DEL ESTERO

LOS PATRICIOS SANTIAGUEÑOS



SANTIAGO DEL
ESTERO Y LA OBRA QUE RECORDARA EL BICENTENARIO ARGENTINO


El respaldo santiagueño a la causa de Mayo 

La escritora santiagueña Maximina Gorostiaga, señala que “muchos desconocen que nuestra provincia fue la primera en adherirse a la causa de Mayo no sólo con apoyo moral, sino con el material, ya que contribuyó con hombres, armas, alimentos, máxime cuando en aquellos años, la provincia era apenas una aldea sin recursos, y no tuvo como Buenos Aires, la oportunidad de luchar contra fuerzas superiores.  Por aquellos años, fue el teniente coronel Juan Francisco Borges quien con medios propios conformara  el Batallón de Patricios Santiagueños. El contingente santiagueño prestó servicios a la causa de la patria, con distintos nombres y cambios de organización, distinguiéndose en el Alto Perú, en las batallas de Cotagaita, Suipacha, Yuraicoragua, Tucumán, Vilcapugio y Ayohuma. La vida de Borges, es digna de ser conocida, porque a pesar de su carácter rebelde y temperamental, es el primero que se adhiere a la causa de mayo y convoca al pueblo a iniciar movimientos autonomistas”.  
Como un homenaje a esta gran gesta patriótica, nuestra provincia tendrá un festejo doblemente importante, ya que se prevé que para el cumpleaños de un aniversario más de la fundación de la ciudad capital, el próximo 25 de julio, o probablemente días antes, nos visite la presidenta de la Nación, Dra. Cristina Fernández de Kirchner, para lo que será la inauguración del moderno Centro Cultural del Bicentenario. Cabe recordar, que este moderno complejo museológico reunirá a los tres grandes museos provinciales: el Antropológico, el de Bellas Artes y el Histórico.



El poeta bandeño Dalmiro Coronel Lugones, escribió en 1960 el libro Romance del Canto Nativo, donde incluye unas coplas en homenaje a este histórico batallón santiagueño:  

“Patricios santiagueños” 

Viene llegando a Santiago
la patriótica expedición,
ya se escuchan clarines y el redoble del tambor.

¡Cómo brillan los aceros
con el ósculo del sol!
¡Cómo sacude la tierra
el verbo emancipador!

Aquí aguardan los Patricios 
Santiagueños que alistó,
el bravo caudillo Borges
con heroica decisión

Lugones, Gallo, Taboada,
Ibarra, Riesco, Carol,
Iramaín, Castaño, Herrera,
compañeros de armas son.

Cumulat, Ávila, Cainzo,
y otros varones de pro
también están enrolados
en el criollo batallón.

Son trescientos santiagueños,
trescientos guerreros son
las espadas en las diestras
cara al viento y cara al sol.

Son Trescientos voluntarios,
trescientos y un solo amor
de patria que los inspira,
con fe en la emancipación

(De Dalmiro Coronel Lugones, 1960)

NUÑEZ DEL PRADO O FRANCISCO DE AGUIRRE


por María Mercedes Tenti


La conquista y población del antiguo Tucumán guardó relación estrecha con el espíritu moderno de toda la conquista de América. Hombres provistos de aliento conquistador y medieval, que partieron en busca de posibilidades de enriquecimiento y ascenso social, forjaron los hábitos y técnicas de apropiación y colonización territorial. Por ello el problema planteado acerca de la fundación de Santiago del Estero guarda estrecha relación con el carácter privado de la conquista y los conflictos jurisdiccionales generados como consecuencia.
A partir de 1535 al disminuir el ritmo antes vertiginoso de la expansión territorial española en América sobrevino la conquista más difícil de territorios con poblaciones en estadio cazador-recolector asociados a agricultura incipiente, de menor densidad y de estructuras políticas y sociales más débiles. La expansión se precipitó como  consecuencia de las guerras civiles del Perú y de la necesidad de desembarazarse de los conquistadores sin empleo, aventureros, soldados y mestizos sin ocupación que podían volver a perturbar la paz colonial. De allí la extensión de la conquista a lo largo de la costa del Pacífico, por Chile, y la internación por la región del Tucumán, expandiéndose por el sur en búsqueda del puerto atlántico. Ambas regiones respondían a las necesidades del Perú minero. Si bien la necesidad empujaba a los gobernadores del Perú a ‘descargar la tierra’ para aminorar la tensión social, al poco tiempo la acción adquirió otro valor: el de empujar las fronteras incorporando nuevos territorios.
En 1536 Diego de Almagro había incursionado por la región del Tucumán en su paso para Chile, pero la primera expedición que penetró en territorio santiagueño fue la de Diego de Rojas. El gobernador del Perú, Cristóbal Vaca de Castro, nombró a Rojas, que había sido gobernador de La Plata (Charcas), para reconocer la región del Tucumán. En 1543 partió desde el Perú con unos cien hombres. Luego debía seguirle Gutiérrez y más tarde Heredia, con cien hombres más entre los dos. Pasó por el valle Calchaquí y los llanos tucumanos. Tras continuos enfrentamientos con los aborígenes, penetró en territorio santiagueño por las sierras de Guasayayán,
En la zona de Maquijata - actual departamento Choya- en un enfrentamiento con los tonocotés, Diego de Rojas fue herido en una pierna con una flecha probablemente envenenada y finalmente murió. La expedición siguió por el país de los diaguitas, recorriendo las actuales provincias de Catamarca, La Rioja y norte de San Juan, hasta entrar en Córdoba y continuar rumbo al Paraná. En esta primera entrada se levantaron, en tierras de indios, reales y fuertes de efímera existencia. La importancia de esta empresa reside, en  que fue la primera que realizó un reconocimiento efectivo de la región del Tucumán, base para expediciones pobladoras posteriores.
El movimiento de expansión y ocupación del espacio se explica como respuesta a vastos intereses privados.  La corona, de acuerdo con particulares decididos a arriesgar sus capitales en el sometimiento de los nuevos territorios, firmaba capitulaciones -instrumento legal-contractual- en el que las partes fijaban sus respectivos compromisos. En otros casos, aventureros y soldados decidían, por su cuenta, la empresa. Si bien las capitulaciones eran firmadas generalmente por un solo hombre, por detrás había socios capitalistas que costeaban las sociedades de conquista y participaban de sus beneficios.
Tal el caso de la ‘entrada’ de Diego de Rojas, solventada por el propio Rojas, más Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia, con un aporte de 30.000 pesos oro cada uno, suma muy considerable para la época. También invirtieron montos similares o mayores otros conquistadores como Jerónimo Luis de Cabrera, Juan Núñez del Prado y Francisco de Aguirre. La carga económica recaía enteramente sobre quien capitulaba. En las probanzas de méritos y servicios de los conquistadores constaban las sumas invertidas por cada uno de ellos. Los costos de la jornada explican por qué las capitulaciones fueron siempre firmadas con personajes de caudales y alguna figuración, ya que el que capitulaba financiaba el grueso de los gastos además de costear el equipo de los pobres y endeudados que debían reembolsarlo al repartirse el primer botín. Había también quienes se pagaban su propio equipo y armamentos y el de otros combatientes.
Las condiciones en que se estipulaba la participación pesaban en el momento de repartir los premios. Si bien la adjudicación de mercedes de tierra, encomiendas de indios o cargos de gobierno podía recaer en guerreros de lucida actuación en el campo de batalla, frecuentemente se distinguía a la jerarquía económica del militar que había convenido de antemano la categoría que asumiría en el reparto.
Los españoles tendían a extenderse sobre espacios desmesurados cuando el número de indios no colmaba las ambiciones de encomiendas, por ello era importante contar con cierto número de soldados que les garantizara oposición a la resistencia indígena. Muchas veces la soldadesca constituía un foco de presión que estallaba a menudo en disturbios y conspiraciones, como sucedió con la expedición de Diego de Rojas. También podemos observar en Núñez del Prado, fundador de El Barco, que no pudo oponer resistencia a Villagra y a Aguirre. Por ello la turbulencia interna de la hueste, en algunos casos, determinó giros imprevistos en los planes trazados por las autoridades para ordenar la anexión de los nuevos territorios. Tal lo que sucedió con la expedición de Núñez del Prado.
El carácter privado de la expansión entrañó la obligación de premiar a los responsables de la avanzada conquistadora sobre los vastos espacios vacíos. El régimen de recompensas fue establecido en función de la necesidad de incentivar el interés por la riesgosa aventura, aunque apareciera como un ‘gracioso’ reconocimiento de servicios. Las mercedes, de corte señorial, fueron provistas por el mismo conquistado: indios y tierras. Las encomiendas constituían el premio más codiciado. Las disputas suscitadas en torno de ellas creaban rencillas y litigios permanentes. Cada cambio de gobernador o de titularidad presuponía el cambio de titular de numerosas encomiendas. Esto es lo que sucedió cuando llegó Francisco de Aguirre. Los indios encomendados fueron uno de los móviles principales de la población en territorio del Tucumán, además de la pregonada expansión de la fe cristiana.
Debemos entender la conquista del Tucumán y la fundación de Santiago del Estero como el resultado de la necesidad de ampliar las fronteras y anexar territorios que iban a ser a la vez proveedores y contrafuertes para el desarrollo y la seguridad del Perú, que por su producción de plata era una pieza vital del imperio. La entrada de Rojas, de una duración de tres años y medio, permitió dar una información muy valiosa sobre la región central y norte de nuestro país.
A mediados del siglo XVI, el Licenciado La Gasca acababa de poner fin a una guerra civil en el Perú y se veía en la necesidad, como antes Vaca de Castro, de emplear a la soldadesca que se encontraba desocupada y promovía desórdenes. Por ello encomendó a Juan Núñez de Prado que organizara una expedición y fundara una ciudad para proteger el camino a Chile y para que se informase de las probabilidades de ocupación del territorio y facilitar el descubrimiento de la ruta al Río de la Plata.
Núñez de Prado partió de Potosí y el 29 de junio de 1550 fundó una ciudad en el valle de Gualán -actual territorio de la provincia de Tucumán- y le puso por nombre El Barco, en honor a La Gasca que había nacido en El Barco de Ávila, en España. Realizó el trazado del poblado, conformó el Cabildo y distribuyó los indios en encomiendas.
Estando allí instalado se planteó el primer conflicto de jurisdicción con tropas chilenas, que al mando de Francisco de Villagra, obligaron a Núñez a reconocer la dependencia de su ciudad respecto de la gobernación de Chile. Una vez que se retiraron Villagra y sus hombres, Núñez de Prado desconoció su autoridad y decidió trasladar la ciudad. En 1551 la ubicó en el valle deQuiriquiri  -actual provincia de Salta- y cambió su nombre por el de El Barco del Nuevo Maestrazgo de Santiago. Poco duró en esta ubicación ya que al año siguiente, por los ataques continuos de los naturales y cumpliendo órdenes de las autoridades del Perú, la trasladó nuevamente a orillas del río del Estero - hoy río Dulce-, cerca de la actual Santiago del Estero.
El gobernador de Chile Pedro de Valdivia, por creer que El Barco estaba dentro de sus territorios, designó gobernador de esta ciudad a Francisco de Aguirre -destacado capitán que había luchado en Europa y América- y lo envió a tomar posesión de ella. Su objetivo era unir en una sola gobernación toda la tierra existente entre el Atlántico y el Pacífico, desde La Serena hasta el Río de la Plata.
Aguirre, apenas llegó a territorio santiagueño en mayo de 1553, se apoderó de la ciudad, designó otras autoridades, organizó un nuevo cabildo, apresó a Núñez de Prado que estaba explorando en las cercanías, lo envió prisionero a Chile y decidió trasladar la ciudad a corta distancia de su antigua ubicación, por estar demasiado expuesta a las crecidas del río. Finalmente le cambió su  nombre primitivo por el de Santiago del Estero.
Mudar la ciudad implicaba riesgos: elegir nuevo lugar, lograr la adhesión, consensuada o por la fuerza, de los capitulares -o cambiarlos como se hizo en el caso de Santiago del Estero- alterar la distribución de solares y los repartimientos de indios, etc. Si a esto sumamos que era la única ciudad existente en la zona, razón por la cual tenía que resolver sola los problemas de abastecimiento, provisiones, armas y hombres, podemos imaginarnos que los primeros años debieron ser muy difíciles. Así lo atestiguan los documentos. Los primeros años de existencia fueron de extrema dureza para los pobladores, que se veían obligados a alimentarse con insectos, hierbas y raíces y a vestirse con cueros de venados, además de estar permanentemente acosados por la hostilidad de los indígenas.
A pesar de ello, desde Chile se continuó impulsando la población del Tucumán y desde Santiago del Estero partieron numerosas expediciones fundadoras. Pasada la jurisdicción al Perú continuó la etapa fundacional por la necesidad imperiosa de mantener la relación entre el Perú y el Tucumán, desde allí afianzar la ocupación del Río de la Plata y terminar con las rebeliones de los indígenas. Las penurias y privaciones continuaron por muchos años.
El acta de la fundación de El Barco nunca fue encontrada, como tampoco la de Santiago del Estero. Es por ello que en 1952, a pedido del gobierno de la provincia, una comisión de historiadores de la Academia Nacional de la Historia determinó que Santiago del Estero había sido fundada por Francisco de Aguirre el 25 de julio de 1553, basándose especialmente en dos actas del cabildo santiagueño, del 14 de abril de 1774 y del 21 de julio de 1779, es decir de dos siglos posteriores a la fundación.
En la primera de ellas, se acordaba organizar la festividad de Santiago Apóstol el 25 de julio, "... en memoria de que en días semejantes introdujeron las armas españolas el santo Evangelio y se hizo la primera fundación de dicha ciudad". La referencia es confusa y está fechada doscientos veintiún años después de la fundación de Aguirre.
Por otra parte, hay innumerables testimonios en probanzas, cartas, relaciones, etc., contemporáneas al hecho que nos ocupa, que identifican ambas ciudades como una sola. Como ejemplo enunciaremos solamente uno de los más significativos: en la carta que escribió Francisco de Aguirre al rey el 23 de diciembre de 1553, sostiene: “... Porque habrá dos años escribimos a la Audiencia de V.M. que reside en la ciudad de los Reyes lo sucedido en esta ciudad de Santiago...". Como vemos hace referencia a 1551, cuando la ciudad se llamaba El Barco.
Eudoxio de Jesús Palacio, en su obra A orillas del río Dulce, afirma que el fundador de Santiago del Estero es Juan Núñez de Prado, ya que fundar implica crear algo que no existía con anterioridad, como trasladar presupone la existencia anterior de la cosa trasladada.
Las opiniones se encuentran divididas. A favor de la tesis de la fundación por Aguirre encontramos a los historiadores santiagueños Alfredo Gargaro y Andrés Figueroa, a los chilenos Luis Silva Lazaeta y Diego Barros Arana y al boliviano Jaimes Freyre. En defensa de la fundación de Núñez de Prado, al citado Eudoxio de Jesús Palacio, a Vicente Sierra y a los santiagueños Orestes Di Lullo y José Néstor Achával, por citar sólo los más conocidos.
Luis Alen Lascano, en su Historia de Santiago del Estero, publicada en 1991, da a conocer el resultado de investigaciones realizadas por Gastón Doucet, investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), en archivos de Sucre (Bolivia), que clarifica bastante este confuso panorama.
Según Doucet el libro capitular de la ciudad se inició el 29 de junio de 1550, con la fundación de Núñez de Prado y fue continuado durante el gobierno de Francisco de Aguirre y los gobernadores sucesivos, a partir de 1553. Es decir que no se cambió de libro de actas porque se consideraba a Santiago del Estero como una continuidad jurídica de la ciudad de El Barco.
Asimismo Doucet extractó de las mencionadas actas capitulares unos documentos por los cuales el escribano del cabildo santiagueño de 1590, daba cuenta que el 25 de julio de 1553 Francisco de Aguirre "... mudó esta Ciudad e le puso por nombre Santiago". A treinta y siete años del suceso, los cabildantes confirmaban la fecha del traslado.
Por todo esto coincidimos con Alen Lascano en que debe considerarse a Juan Núñez de Prado como el primer fundador y a Francisco de Aguirre como su poblador definitivo. Pero a pesar de ello y hasta tanto no aparezcan las actas fundacionales, el tema de la fundación de Santiago del Estero no está totalmente resuelto.
Los problemas de jurisdicción entre Chile y Perú por la posesión de Santiago del Estero y de otras ciudades que se habían fundado a partir de ella, concluyeron cuando el rey Felipe II, por Real Cédula de 1563 creó la Gobernación del Tucumán, dependiente en lo político del Virreinato del Perú y en lo judicial de la Audiencia de Charcas. A partir de entonces se desarrolló una política fundacional con objetivos precisos que eran: consolidar las fundaciones en el noroeste para una mejor unión con el Perú por Charcas y buscar una salida hacia el océano Atlántico que permitiera una comunicación más directa con España.
Se considera a Santiago del Estero ‘madre de ciudades’ porque desde aquí partieron expediciones que fundaron numerosas ciudades en el noroeste argentino. Por ello corresponde a Santiago, no sólo el mérito de ser la ciudad más antigua del país, sino también el de haberle dado un sinnúmero de ‘hijas’, muchas de las cuales subsisten en la actualidad y son pujantes cabeceras de provincias, mientras que otras desaparecieron como consecuencia de los avatares de la conquista. En realidad la formación de un modesto conjunto de asentamientos organizados en cabildos de vecinos fue el resultado de un lento proceso de fundaciones, destrucciones y traslados de ciudades que continuó aún durante el siglo XVII.
Si bien la expedición de Núñez del Prado respondió al plan de ‘descargar’ la tierra peruana, las traslaciones de El Barco fueron un intento de escapar al avance chileno sobre el Tucumán que culminó con la fundación de Santiago del Estero en 1553. Durante una década se consolidó la preponderancia chilena. A pesar de que el territorio concedido a Valdivia se extendía a lo largo del Pacífico y penetraba en parte por el actual territorio argentino, sus pretensiones iban más allá, ya que intentaba buscar la salida al Atlántico. Aguirre fue el encargado de llevar adelante el proyecto y Santiago del Estero el comienzo de su ejecución. Aunque la ciudad no cayera bajo la jurisdicción de Chile, el asentamiento, una vez consumado, era un buen argumento para solicitar su incorporación.
En 1563 terminó el litigio con Chile a través de una Real Cédula que modificaba y ampliaba el distrito judicial de la audiencia de Charcas incorporándole nuevas regiones y la recién creada gobernación del Tucumán. Francisco de Aguirre consiguió que el virrey de Nieva lo designara gobernador, teniendo en cuenta que era un avezado guerrero y experto conocedor de la zona. Desde La Serena se extendía su vasto feudo con pretensiones de extender su jurisdicción hasta el Atlántico, no ya para unir los dos océanos, sino para abrir una ruta directa desde el río de la Plata hacia Potosí.
Santiago del Estero fue la primera ciudad mediterránea destinada a perdurar. La instalación en la gobernación de Tucumán tuvo características comunes y similares a las de otras áreas periféricas de las posesiones españolas y la continuidad de sus ciudades estuvo vinculada a la capacidad de administrar el trabajo indígena para hacer producir las tierras en virtud de las demandas altoperuanas.
Como vemos, los intereses jurisdiccionales se mezclaban con los privados de los conquistadores que habían financiado la conquista. A la hora de dirimir el pleito fundacional de nuestra ciudad deben ser tenidos en cuenta para estudios futuros. La cuestión, indudablemente, no está cerrada. Nuevas búsquedas documentales son necesarias para clarificar la problemática, además de nuevas lecturas a la documentación conocida. El conocimiento de nuestras raíces implica el estudio fiel de nuestro pasado, no tras confortaciones inútiles sino en pos del encuentro de nuestra propia identidad como pueblo dentro del contexto nacional.